domingo, 11 de enero de 2015

¡Je suis Charlie, Je suis Ahmed!

Tras ver esa peculiar expresión de tristeza en el rostro de mi hermano, esa que la veo muy pocas veces, pero más que verla, la siento; se vinieron sobre mi varios días de bombardeos mediáticos, de fotografías del pánico, de miedo transmitido por el aire, y es ahí cuando me doy cuenta que aquí, al otro lado del charco, la realidad se ve distinta e incluso en ocasiones llega tan cubierta de neblina que ni siquiera se la logra ver.

Desde que una parte de mi alma se mudó a la ciudad luz he tratado de dividir mi corazón y mi vida, y desde ese momento también empecé a comprender y a aprender a la vez sobre miles de mini mundos que giraban a la par del mío, este último al que siempre vi como insignificante.
Es difícil que a más de quince horas de distancia, con seis horas de diferencia, en este mini mundo se pueda comprender cuan inmensa es la guerra yihadista.
Posteriores reacciones se vieron; los gritos de lucha en la plaza de la República en París, el movimiento en redes, incluso el dolor, las lágrimas de Francia entera; y es así que con mis letras me uno a ese mismo sentimiento.

El derecho a la libertad de expresión fue uno de los más discutidos en la palestra pública ecuatoriana, llegando a una promulgación de ley y a incontables insultos de lado y lado del poder. Esto hoy se ve hasta ridículo cuando doce artistas mueren en un Estado donde los niveles de libertad son casi una utopía, porque a ésta se la concibe bajo unos estándares que en éste, mi mini mundo, jamás existirán.
Aquel iluminado día en el que la gente pueda concebir de otra forma ciertos hechos que pasan en otras sociedades, bajo otras lógicas humanas, solo en ese concreto día se podrá hablar de la paz.

El Charlie Hebdo es uno, pero lastimosamente no el último.
El Hamburguer Morgenpost es otro, y tampoco el último.
Ahmed Merabat también fue uno.
Los hermanos Kouachi han muerto.

Mi sensación se vuelve muy profunda, más allá de la tristeza, más allá del temor; porque mi dolor se conecta con la distancia, con ese pequeño ser que tiene una distintiva forma de correr y que duerme con su "doudou", con esa mujer que me hizo muchos postres de cumpleaños y me regaló en ella misma una hermana, con ese hombre que me comparte sus letras, su música, mi sangre y todo mi amor, con esa mi mitad de corazón que vive en el distrito parisino número 10.

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