viernes, 6 de noviembre de 2015

La degradación del color (Boston+NYC)

Si bien mi último paso por Estados Unidos fue casi casi inmediato, los días hacían parecer al tiempo como más lento, digno del disfrute y el aprendizaje.
Empezando con una entrada llena de recomendaciones amorosas por parte de un policía de inmigración y terminando con una sinusitis digna de emergencias médicas cada minuto en territorio norteamericano hizo que mis días sean cada vez más interesantes.
Mi llegada a Boston inició con una lluvia de hojas de miles de tonalidades que iban desde verde esmeralda hasta rojo y por supuesto todas las degradaciones del café, amarillo y demás. Esto, para personas que viven en países con las cuatro estaciones puede ser un poco convencional, pero para mi, fue un espectáculo digno de innumerables fotos y suspiros, es así como descubrí mi clima ideal, el clima otoñal.
Paso a paso se iban sumando las personas a las que nos acercábamos junto con ella, esa mujer llena de vitalidad, con cabellera abundante, con ojos felices, esa capaz de contarme su historia miles y miles de veces y hacer que mi día explote de luz. Ella estuvo conmigo de principio a fin en esta aventura y es así como tanto su vida y la mía se juntaron más.
Nos acercábamos, pedíamos ayuda, tal cual como primerizas y pobres turistas, estábamos listas para llegar a nuestro destino arrastrando las maletas, gastando de una vez las ya débiles ruedas que sonaban y sonaban al ritmo de nuestro caminar.
Llegamos, sin esperar ni un minuto más decidimos salir a explorar, botadas en medio de Boston.
Caminamos y caminamos, recorrimos lugares desconocidos haciendo de nuestro principal alimento un "chicken burrito" que nos acompañó por toda nuestra estancia en Massachusetts. Este primer día nos daba la oportunidad de conocer esta ciudad, lo más pronto posible porque al día siguiente, nos transferiríamos a Cambridge, lugar de ubicación de una de las Universidades más reconocidas del mundo, casa que nos recibiría por todo el fin de semana.
Una vez al llegar a Cambridge y a Harvard específicamente nos topamos con una ciudad, otra más, nuestra idea convencional de "Universidad", una puerta principal, entrada, no más movimiento que el de estudiantes que iban de arriba para abajo con sus mochilas, pizarras y demás se desvaneció un poco al toparnos con gran cantidad de edificios de variados estilos arquitectónicos, centros de convenciones gigantes, una plaza llena de piedras con calabazas halloweenezcas encima y mucha, mucha gente.
En esta ocasión me recibiría una chica, que se ofreció a hospedarme en su dorm universitario durante mi estadía. Estos edificios copados de pequeños mini departamentos que no tienen cocina propia sino solamente cuatro habitaciones con el espacio justo y específicamente necesario para una cama y un escritorio y un baño compartido entre dos departamentos. Este lugar era muy acogedor, de esos que te llenan de energía y emoción apenas entras. Dejé mis cosas y de nuevo empezó toda la odisea de la caminata infinita hacia lugares no muy específicos pero seguramente interesantes.
La vuelta por Harvard me trajo muchos aprendizajes y una experiencia de amistad muy especial, las risas eran infinitas, y eso hacía que mi felicidad explote a cada minuto. Varios personajes me acompañaron en esta historia, personajes de todos los colores y tamaños, y eso si, cada uno de ellos lleno de una autenticidad innata y especial. Estos cinco personajes especiales hicieron cada uno un aporte en mi vida, porque un día que tiene 24 horas parecía de 48, así las horas se multiplicaban y una semana se convirtió en un mes junto a toda su sabiduría.


Tres días llenos de eventos, palabras, conocimiento, política, economía, ley y Latinoamérica llenaron mi cabeza, pero las noches llenaron mis recuerdos que los dientes muestran cada vez que se cuentan.
Después de Boston vino la capital del mundo, ciudad que me vio crecer en verano durante mi niñez y esta vez, como diez años después, me ve en mi recién cambiada piel.
La ciudad de la luz me recibía junto con una ola de dolores corporales que aunque se sentían bastante fuertes no me sucumbían en la miseria de una cama y unos kleenex.
Tenía dos días, solo dos para recorrer New York como nunca antes.
Eran las 7 am del lunes 2 de noviembre y salí, Union Square era mi destino y mi dolor el único enemigo, al subir las gradas del subterráneo y empezar a ver la luz sientes esas maripositas en el estómago, esas como cuando estás enamorada, pero este amor es más llenadero, un amor a lo conocido desconocido, un amor al reencuentro con el olor a New York.
Los minutos se acumulaban y mis fijaciones en la gente también, me gustan los ojos de las personas, los ojos que cuentan historias. Los ojos de una homeless teñida el pelo completamente de rosado, que pide dinero para comer pero si tuvo dinero para decolorarse el cabello, los ojos de la vendedora de Starbucks que me pregunta el nombre pero lo escribe mal, los ojos de la cajera de Urban Outfitters que me cree que las sandalias que están etiquetadas a $79.99 cuestan $19.99 y me hace el descuento, y así los ojos de los millones de habitantes de esa inmensa y culturalmente exquisita ciudad.
En medio de todo el gentío aparecía una pareja, un gringo tan gringo y una latina tan latina, tan distintos pero tan iguales, una pareja que con su historia escriben y dibujan el cuento de El Principito con cada latir.


Ellos y su amor me llenaban de emoción, de esa ternura que se despierta en mi libre corazón.
Al caer la noche se juntó un cuarto personaje a esta reunión de tres, era como el grupo clásico, el doble date.
Risas, historias, metros, hits, galletas, frío, tai food, curry, cervezas, whisky ginger, pizza y besos, innumerables, incontables y sensuales besos.
Eran las 7 am del miércoles 4 de noviembre y volví, Ridgewood era mi destino y mi dolor el único enemigo, pero esta vez el dolor era más de alma, dolor de nostalgia, dolor lagrimoso causado al final de cada capítulo de este sueño al que bauticé "vivir"