lunes, 7 de diciembre de 2015

El azúcar de mi niñez


Durante muchos años en mi época de juegos solitarios, en esos días cuando tenía mi amigo imaginario empecé a descubrir una pasión que a más de llenarme de felicidad a mi, plasmaba de sabor a toda la familia.
Mis inicios en la repostería casera datan de aquellas aburridas mañanas de verano escolar en las que, al no encontrar un curso vacacional que me gustara lo suficiente, decidía leer miles y miles de hojas de novelas sobre la segunda guerra mundial y cuentos maravillosos especialmente de escritores ecuatorianos que, además de llenar mi imaginación de creaciones fantásticas me inspiraba, pero, a qué? A meterme en la cocina y embarrarme de masitas y harinas.
En mi niñez, hasta los doce años podría decirse, inventé y cocine incontables pasteles para la familia, recetas inventadas, copiadas y mezcladas con lo que en ese momento sentía, incluso me acuerdo del inolvidable pastel estilo arcoíris que logré con la mezcla de todos los colorantes vegetales habidos en el mercado.
Después de esos tiempos vino la adolescencia, época que diría bastante común, no fui lo suficientemente rebelde como para recordarlo, pero siempre fui libre. En ese entonces me interesé por otros aspectos, empecé a tocar piano, aprendí francés, conocí chicos, la típica historia de colegiala; pero todo esto lógicamente me llevó a que dejara de lado mi gusto por la cocina dulce.
Muchos años después, casi diez según mis cálculos, he vuelto a sentir el aroma de un pastel recién horneado.
Gracias al montón de videos de recetas extremadamente fáciles que inundan las redes, así como una mañana grisácea inspira mis letras, estos videos inspiraron mis manos que quisieron volver a cocinar.
Me hundí entre las baldosas blancas y beiges de mi cocina y después de una muy detallada compra de supermercado, empecé a crear, a saborear y a sonreír.
Batí, amasé, mezclé, aplasté y horneé hasta sentirme satisfecha, pero, después de como 2 horas de congelamiento y otro par de refrigeración, cuál fue el resultado? mi primer cheesecake oreo de la vida.
El sabor fue insuperablemente espectacular, tanto así que sigo sintiéndolo mientras escribo, y el aspecto? también fue casi perfecto, me hizo sentir tan feliz que a la vez recordaba cada probadita a cada nuevo pastel cuando era niña.
Por suerte ahora se que la cocina no es mi enemiga, por lo menos por el lado del azúcar, y además me ha hecho sentir ese aleteo de orgullo en los hombros que solo una buena repostera siente.
Mientras se descubren más expresiones entre luz, letras y sabores, voy entendiendo que día a día descubro más a mi propio ser.